Viene la
zamba a arrullar
un corazón
descompasado,
niño
con alma de gorrión
acude
presta, hospitalaria,
montada en
un tropel de ángeles
hechos de
vino y madrugada.
Pinta
luceros con sus notas de plata
en la noche
arrumbada
de
recuerdos umbrosos;
y deriva en
la sangre
navegando
en las venas
con sus
velas henchidas
por acordes
brillantes.
Remonta
vuelo en un pañuelo
pletórico
de lágrimas
y se eleva
al poniente
batiendo
sus alas de guitarra.
Y se
transforma en águila
que se
lanza en picada,
sobre un
desprevenido diapasón.
Y en el
marfil y la madera,
construye
de la nada
un vergel y
una casa
de paredes
muy blancas
con perfume
a almidón
donde
descansa el alma
para
empezar de nuevo otra jornada.
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