Años atrás esperábamos ansiosos que el repartidor de diarios dejara debajo de la puerta el matutino de preferencia. Hoy lo vemos por Internet a medianoche y en lugar de desayunarnos con las noticias, nos vamos a dormir intentando digerir el postre periodístico.
Despertarse con la radio o la televisión encendidas es casi una costumbre para muchos mortales, entre los que me cuento. Me duermo con el susurro de la radio sobre la mesa de luz y muchas veces sueño con catástrofes, accidentes, crímenes, piquetes y muertes de notables que no son más que una representación onírica del relato del locutor de turno.
Nadie puede negar que los medios de comunicación se han instalado definitivamente en la vida de los habitantes del Siglo XXI. Todos, voluntaria o involuntariamente, formamos parte de ese conglomerado de espectadores-rehenes de la agenda informativa que fijan los amos de la información.
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